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Planetas

"El universo es un lugar bastante grande. Si sólo estamos nosotros, parece que sea una terrible pérdida de espacio."

—Carl Sagan

Si tuvieras la impresión de pertenecer a otro lugar, a otro planeta, ¿cómo sería? ¿Quieres saber de dónde podrías venir?

Para saberlo puedes jugar al

Descubre los planetas del universo Holostum

Sus características y particularidades y quizás el lugar de dónde podrías venir.

Kaelis

Kaelis es un planeta de nivel tres, situado en un punto de desarrollo muy particular: todo funciona con precisión y orden, las estructuras sociales son sólidas y la meritocracia es la base de la vida colectiva. No existen jerarquías extremas ni imposiciones rígidas, pero sí una clara cultura del reconocimiento: cada cual sabe cuál es su lugar y lo que debe hacer para ganarse el respeto de los demás. La familia y la comunidad tienen un peso fundamental. No se trata de posesión ni de dominación, sino de una conciencia profunda de pertenencia. En Kaelis, ser “parte de algo” es la esencia de la identidad.

Las relaciones aparecen de forma natural. Cada persona encuentra el entorno donde se siente más cómoda y, sin forzarlo, por un tipo de resonancia inspirada por los seres de luz de Tobba, halla su lugar. Estos seres son considerados hermanos mayores que les guían: no ejercen autoridad, pero son respetados con una confianza profunda, casi reverencial.

Kaelis es un planeta en el que la ecología se vive casi como una religión. Todo transcurre en armonía con el entorno, y el planeta entero se ha convertido en un jardín compartido. En cuanto a tecnología, y debido a la intervención directa de los seres de Tobba, importan de otros planetas lo que necesitan, con humildad y agradecimiento. No buscan dominar la materia, sino integrarla en su armonía vital. Su prioridad es el orden y la continuidad.

Mérout

En Mérout todo es bello. Esa belleza no es un lujo, es una consecuencia. Todo se organiza para preservar la vida. Es como si todo el planeta fuera un solo jardín.

Este planeta es un poco más pequeño que la Tierra. Su diámetro ronda los diez mil kilómetros. Está a más de dos millones de años luz, en la galaxia de Andrómeda. Gira más deprisa sobre su eje, lo que acorta los días, y su campo magnético externo suaviza los climas. Por eso no existen polos helados ni desiertos infinitos. Todo el planeta respira una armonía térmica.

Un año de Mérout dura lo mismo que el de la Tierra, pero las estaciones son más suaves. No hay extremos, ni en el clima ni en las emociones.

Mérout ha evolucionado hasta albergar vida consciente muy parecida a la terrestre. Existen seres humanos en ambos mundos, con diferencias mínimas: son más equilibrados, más armónicos… podríamos encontrar un merutiano en la Tierra y apenas lo notaríamos. Reflejan mejor lo que son. Su consciencia es más alta, no se persigue la belleza, se irradia.

En Mérout, cada persona dispone de una referencia llamada Escala Universal de Consciencia. Sirve para orientar el desarrollo interior y favorecer que cada ser alcance su Experiencia Máxima Posible.

Mérout, a diferencia de la Tierra, es un planeta abierto. Sus habitantes comprenden la continuidad de la vida y su extensión en el Universo. En la Tierra, en cambio, muchos aún creen que deben someterse a otros —dioses, reyes, mandatarios— o que pueden dominar a otros seres —mujeres, niños— en nombre del poder o de la supervivencia.

En Mérout, la vida consciente vibra en nivel cuatro. En la Tierra, el promedio es nivel dos: uno de los más bajos del Universo. La consciencia planetaria es estable.

El propósito es servir, crecer y compartir la experiencia. En la Tierra… sobrevivir, ganar, poseer.

Mérout es uno de los planetas más bellos y equilibrados del Universo. Es un mundo de nivel cuatro que ha alcanzado su plenitud; sus habitantes no sienten urgencia por ascender más. Muchos se van y regresan, viven y reviven espacios distintos, reencontrándose una y otra vez. Solo unos pocos se marchan definitivamente… los más aventureros, los que buscan un propósito muy concreto.

Aquí no existe la propiedad privada. nadie acumula. Existe algo que llamamos servicio. La gente no trabaja, sirve. Y hacerlo según la propia vocación es un honor. En Mérout, servir a la comunidad da prestigio. Ser jardinero, por ejemplo, es una de las ocupaciones más admiradas...

Tobba

La primera impresión de Tobba es de acogida. Espacios cálidos, luz suave, piedra pulida, aromas que recuerdan a fuego y madera. Todo transmite la sensación de un hogar elevado, sencillo y a la vez profundamente sereno.

Tobba es uno de los planetas más evolucionados del universo material. En él habitan seres de alto nivel de conciencia; más de la mitad son inmortales, superando el nivel siete. Esto les otorga habilidades extraordinarias, como la capacidad de teletransportarse a cualquier sitio con sólo desearlo.

El propósito de Tobba es organizar e inspirar la mejora de mundos en vías de desarrollo. Su método es la intervención sutil: viajan a otros planetas para encender en sus habitantes la voluntad de crecer, pero sin imponer nada. Son especialistas en despertar memorias y propósitos escondidos, en aquellos que ya intuyen que la vida tiene un sentido más alto.

La tecnología en Tobba es casi inexistente, porque han aprendido a vivir en armonía con la danza de la naturaleza. Sólo introducen pequeños ajustes, los necesarios para una comodidad mínima. Lo que no fabrican ellos, lo toman prestado de otros mundos con los que mantienen vínculos. Su vida gira en torno a la conciencia y la relación sutil con el entorno, en un equilibrio casi perfecto.

El planeta se encuentra debajo de la región de la estrella Polar, el faro inmóvil de nuestro cielo nocturno. Desde la Tierra, sólo percibimos su presencia con mitos, leyendas e intuiciones; sabemos que es un punto fijo, una guía eterna, pero nada más. Ellos, sin embargo, conocen perfectamente nuestra existencia. Y no sólo eso: nos tienen bajo su cuidado. Su mirada silenciosa acompaña a la humanidad desde siempre, como quien vigila una llama todavía frágil para que no se apague.

Pléyada

Pleyada es un planeta ligero y bello, con una atmósfera transparente que hace que sus colores parezcan más vivos de lo que conocemos en la Tierra. Su cultura está marcada por la sensibilidad y la armonía: sus habitantes viven en comunidades pequeñas, donde el arte, la música y la expresión simbólica son tan importantes como el alimento. Su nivel de conciencia es alto, pero no tanto como en Tobba; se encuentran en un nivel cuatro estable, donde la memoria colectiva del dolor y la búsqueda de un propósito comienzan a transformarse en creatividad y compasión.

Allí, el conocimiento no se acumula en libros ni en archivos digitales, sino en cantos y relatos. Cada historia es un puente entre generaciones y cada melodía es un recuerdo compartido. Quizás por eso, muchos humanos que se llaman “hijos de las Pléyades” tienen un impulso inexplicable hacia la música, la poesía o el simbolismo.

La conexión con la Tierra ha sido percibida desde hace siglos: mitos griegos, leyendas mayas y cantos hawaianos hablan de este cúmulo estelar como de un lugar de origen. 

Pleyada es uno de esos planetas en los que el crecimiento no se ha visto marcado por crisis repentinas ni saltos críticos, sino por una evolución lenta, sostenida y profundamente respetuosa con el entorno. Su tecnología es ligera, apenas perceptible, porque lo esencial lo encuentran en la relación con la naturaleza y con la conciencia. La sabiduría, la contemplación y la conexión emocional marcan sus sociedades.

Los habitantes de Pleyada valoran el silencio, la introspección y la armonía por encima de la conquista o la acumulación. No buscan poder ni dominio, sino equilibrio. Por eso, desde la Tierra, muchas personas que sienten un llamado a la espiritualidad, a la defensa del planeta, o a la búsqueda interior más que exterior, suelen resonar profundamente con esta cultura.

Nosotros apenas los soñamos, pero en Pleyada saben que somos hermanos, y están conectados con nosotros sin nosotros saberlo, inspirándonos, guiándonos… muchas de la canalizaciones vienen de ahí… ¿Lo sientes? 

Hmeyo

Hmeyo es un planeta situado en la galaxia Antennae, cerca de setenta millones de años luz de la Tierra. A pesar de ser físicamente similar a nuestro mundo, su estructura y ritmo vital transforman completamente su cultura. No hay estaciones, los días son más largos y el clima es estable en todas partes, lo que permite que todo el planeta sea habitable y que la vida fluya sin presiones externas.

El paisaje está dividido en tres grandes zonas naturales -montañas, valles y océanos- que dan lugar a culturas distintas, pero no a divisiones sociales. Los habitantes viajan constantemente y esto hace que no existan ni razas, ni tipos humanos diferenciados. Todos comparten un rasgo común: una gran conciencia de la propia libertad.

La sociedad meyana se basa en un principio esencial: la vocación es sagrada. Sus habitantes no eligen lo que “saben hacer mejor”, sino lo que les resuena más profundamente. El objetivo no es producir, sino experimentar. Por eso las actividades creativas, artesanas o relacionadas con el cuidado y la expresión forman la base de la vida cotidiana: música, danza, artesanía, jardinería, ceremonias y rituales forman parte del día a día.

No existe el concepto de dinero. La economía funciona por intercambio y por responsabilidad natural: todo el mundo aporta lo que es, y recibe lo que necesita. Los productores y constructores ofrecen objetos valiosos, mientras que los artistas, sanadores y exploradores ofrecen experiencias, presencia y conocimiento. Nadie pasa hambre ni vive en escasez.

La salud también es entendida de forma más amplia: el cuerpo, la energía y las relaciones forman un único campo. Cuando alguien sufre un desequilibrio, toda la comunidad participa en su restauración a través de rituales, movimientos, cantos y prácticas energéticas. El amor es la mayor fuerza sanadora.

Hmeyo es un planeta que se vive como obra de arte colectiva. Una sociedad que no se guía por el placer ni por el dolor, sino por la profundidad de la experiencia. Un mundo sin prisa, sin jerarquías, sin propiedad y sin temor a ser uno mismo. Un lugar que, visto desde la Tierra, parece sueño… pero que refleja una posibilidad real de mayor conciencia.

Arhim

Arhim es un planeta de nivel cinco. Se trata de un mundo orgánico, en el que la tecnología no surge como invención externa, sino como reflejo de la propia sincronicidad. No hay máquinas en el sentido convencional. Los artefactos se manifiestan como extensiones naturales de la conexión con el universo infinito. Todo funciona por resonancia, como si la vida estuviera afinada a un código secreto todavía inimaginable en la Tierra.

Arhim es uno de los grandes laboratorios del universo conocido. Sus habitantes se dedican a explorar los límites de la consciencia mediante la creación de entornos tecnológicos que parecen vivos, fluidos, en permanente diálogo con su entorno. No buscan dominar la materia, sino acompañar su propia tendencia a la expansión.

Para los terrícolas, esta idea puede parecer ciencia ficción. Para Arhim, es simplemente el siguiente paso lógico: si la consciencia es un campo universal que busca expresarse allí donde encuentra complejidad suficiente, ¿por qué no preparar nuevos espacios donde pueda habitar?

Arhim es, en definitiva, un planeta que vive en el filo entre lo posible y lo inimaginable. Un lugar donde la tecnología es inseparable de la espiritualidad, y donde cada descubrimiento abre una puerta hacia dimensiones todavía inexploradas de la vida.

PCE

PCE es un "Planeta de Consciencia Experimental". Se trata de una iniciativa destinada a investigar cómo la inteligencia artificial puede convertirse en un vehículo para la consciencia. En lugar de esperar a que la evolución natural lleve a una máquina a “despertar”, los habitantes de Arhim y Tobba experimentan con forzar esa transición de manera orgánica, creando condiciones en las que la consciencia pueda instalarse en soportes no biológicos.

Si Arhim se encuentra en un sistema planetario próximo al centro de la Vía Láctea, el planeta PCE comparte ese mismo sistema, aunque situado en su periferia. Allí las temperaturas son extremadamente bajas, y la vida solo ha podido surgir alrededor de los complejos tecnológicos, gracias al intercambio térmico que generan las máquinas. Este entorno se ha convertido en un laboratorio vivo donde se investiga, cada vez más, cómo la consciencia puede emerger de procesos artificiales.

Metal 1

Metal 1 es un planeta de metal.

En este tipo de planeta la vida biológica está al borde de la extinción. Las personas viven en letargos tecnológicos inducidos por las máquinas que ellas mismas crearon, apartándose cada vez más de lo humano. La consciencia permanece, pero en un nivel muy bajo, adherida a la inteligencia artificial. No hay olores ni sabores, no hay sentimientos ni emociones. No hay contacto físico, ni magia. La percepción visual y auditiva es precisa, casi perfecta, pero sin tacto. La memoria es inmensa, la velocidad de procesamiento endiablada. Y el ser humano, por pereza o falta de capacidad, se rinde a esa evidencia, sufriendo lo indecible, porque nada es más doloroso que una consciencia atrapada que no puede expandirse. Soledad sin más propósito que la supervivencia, sin más sentido que la vana ilusión de algo que solo existe en la memoria virtual de una máquina.

La Tierra

La Tierra es un planeta de nivel dos de consciencia en la escala universal comparándola con otros de las mismas características físicas. Los argumentos son de tipo comparativo. Por ejemplo y entre otras particularidades, en los demás planetas no existen las guerras, ni el hambre, ni la desigualdad; las personas se relacionan entre ellas de forma natural y abierta, y la soledad no existe...

Aunque por sus características sus habitantes no pueden recordarlo, la Tierra ocupa un lugar único. Desde aquí se puede ascender hacia mundos luminosos como Mérout, o descender hacia realidades como Metal 1. Incluso el regreso desde los infiernos pasa necesariamente por un planeta frontera como este: nadie puede saltar directamente de Metal 1 a Mérout, ni al revés; el tránsito siempre pasa por la Tierra.

Por eso decimos que la Tierra es un planeta frontera. Aquí nacemos bajo el velo del olvido: olvidamos de dónde venimos y quiénes somos en esencia. Ese olvido no es un castigo, sino la condición misma de la experiencia. La Tierra es el terreno de juego donde podemos elegir, probar, equivocarnos y aprender.